Con frecuencia nos encontramos con situaciones o circunstancias que no se eligen, y la necesidad de buscar ayuda para cuidar a las personas mayores de nuestra familia es una de ellas. Y no es bueno para nadie (ni para esa persona ni para sus familiares) negar la realidad o “dar largas”; de hecho, ese servicio de acompañamiento puede revelarse como muy positivo para todos.
A fin de cuentas, la atención no tiene que ver con el nivel de dependencia de la persona, sino con el nivel de calidad de vida que queramos mantener. Por eso, a continuación reunimos todo lo que un acompañante de mayores puede hacer por la persona cuidada, y todo lo que aporta a su bienestar y el de su familia.
Ayuda material
Evidentemente, la asunción de tareas por parte del acompañante es lo primero que salta a la vista. Con frecuencia no se trata tanto de que el acompañante “haga las cosas” como que acompañe, oriente y supervise a la persona cuidada; en ese sentido contribuye a reforzar la autonomía de esta persona.
El caso más típico es el de la persona mayor o dependiente que no vive con su familia; valora su independencia y puede desenvolverse bien, pero no le vendría mal que le echaran una mano para subir las bolsas de la compra, conducir para visitar a unas amistades o recordarle la hora de tomar una medicación, por ejemplo.
Seguridad y confianza
La sola presencia de una persona competente en acompañamiento de mayores es una enorme fuente de seguridad tanto para la persona cuidada como para sus seres queridos. Como decíamos antes, con frecuencia no es tanto “lo que hace” como el “estar ahí”, pendiente y a disposición cundo los familiares no pueden.
Por otro lado, a través de actividades compartidas que con frecuencia son muy estimulantes para la persona cuidada, esta gana en confianza en cuanto a lo que es capaz de hacer; es la mejor manera de frenar esas sensaciones negativas de abandono de uno mismo que refuerzan el deterioro físico y mental propio de la edad.
Experiencia
Con frecuencia las personas que se dedican al cuidado de mayores tienen experiencia personal directa en la materia. Esto quiere decir que no es la primera vez que se enfrentan a las situaciones propias del envejecimiento y las circunstancias y cambios que se generan alrededor (y que son las que más suelen preocupar y asustar a las familias).
Desde esta perspectiva, el cuidador puede ofrecer unos cuantos consejos basados en sus vivencias anteriores, y compartir con nosotros su punto de vista acerca de, entre otras cosas, lo que puede resultar más conveniente en cada momento o lo que cabe esperar en un futuro próximo para que la persona cuidada y sus familiares puedan tomar decisiones más ajustadas. La experiencia, el soporte emocional y la atención personalizada que estos profesionales ofrecen son fundamentales.
Pensamiento positivo y normalización
Venimos de un mundo en el que confiar el cuidado de nuestros mayores en personas “extrañas”, aunque tengan experiencia y conocimientos especializados, era casi un tabú. Por fortuna cada día somos más conscientes de que una persona que requiere cuidados necesita tanto el amor de sus familiares como una atención experta que no viene “de serie”.
La mejor manera de eliminar esas nociones negativas que nos hacen creer que pedir ayuda es malo es dar el paso. El cambio suele ser inmediato y el impacto mucho más positivo de lo que esperábamos: no solo empezamos a notar la mejoría material en nuestra calidad de vida, sino que el contacto con el cuidador mejora nuestras actitudes hacia los cuidados.
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