Ir cumpliendo años no significa que debamos renunciar a una vida plena y llena de satisfacciones. Si bien las capacidades físicas se van viendo progresivamente reducidas, y esto forma parte de la evolución natural de las cosas, podemos seguir viviendo de manera activa, independiente y plenamente funcional una vez superados los setenta.
Puede que para ello necesitemos ayuda (como todo el mundo), sea en momentos puntuales, con regularidad o de manera continuada. Lo difícil a veces es darse cuenta de cuándo ha llegado ese momento. ¿Sabrías detectar las señales que indican que te vendría bien un acompañante, sea a tiempo completo o a tiempo parcial?
Los años no pasan en balde
Las señales físicas del envejecimiento son, de lejos, las más evidentes. Desde luego, no tienen por qué ser incapacitantes, pero todos vamos notando cómo nos cuesta más subir las escaleras (especialmente cargados), vamos notando dolores inesperados aquí y allí, o lo agotadora que puede resultar una sesión de tarde con los nietos.
Las dificultades de movilidad están entre las razones principales para solicitar los servicios de un acompañante o cuidador, tanto si se trata de problemas de desplazamiento como de pérdida de destreza manual; tanto ir a hacer la compra como preparar la comida pueden convertirse en tareas cuando menos complicadas.
Por otra parte, puede existir un deterioro físico sistémico que tome la forma de alguna enfermedad que implique, por ejemplo, que nos cueste realizar ciertos movimientos o algunas actividades básicas (cuidar el jardín, conducir, ducharnos, etc.). Estos serían buenos ejemplos esas señales a las que nos referimos.
Te lo dice tu mente
En otras ocasiones no es el cuerpo quien nos juega malas pasadas, sino la cabeza. Los olvidos, sin que tengan que ver con ninguna patología, sino con el deterioro natural de los tejidos neuronales, están entre los indicadores más habituales que empiezan a preocuparnos cada vez más; a todos se nos olvidan cosas, pero llega un punto en que…
Además, a ciertas edades se pueden presentar otros indicios que no debemos tomarnos a la ligera. Los momentos de desorientación pueden ser incluso peligrosos, pero hay otros más sutiles, como ese “esto no lo entiendo” que decimos a veces cuando nos topamos, por ejemplo, con procedimientos bancarios de última generación.
Buenas señales todas ellas de que no nos vendría mal un poco de “gimnasia cognitiva” guiada por un acompañante con experiencia o formación en este tipo de actividades (desde sopas de letras a comentar fotografías antiguas), con el objetivo de mantener nuestra mente en plena forma para afrontar los pequeños retos del día a día.
La faceta emocional
El tercer aspecto básico en una vida adulta mayor de calidad es el emocional. Y no es un aspecto menor, al contrario; el bienestar general depende en gran medida de una situación psicológica y social saludables. Tanto la actividad física como la psíquica contribuyen a que nos sintamos bien, pero no son suficientes.
En muchas ocasiones el bienestar pasa por realizar actividades sociales gratificantes en compañía de otras personas, sean perfectos desconocidos o amistades de toda la vida, desde jugar una partida de cartas en el bar del barrio a recibir clases de yoga en un centro de día, pasando por realizar una excursión organizada o charlar con los vecinos en un banco del parque.
Si tu cuerpo te hace estas y otras actividades cuesta arriba, o por circunstancias personales sientes cierta soledad y aislamiento (que también ocurre, y cada vez más), la figura del acompañante aporta apoyo, seguridad y cercanía para que los aspectos emocionales de tu vida sigan tan vivos como siempre.
Pedir ayuda es de sabios
Como también es de sabios saber reconocer cuándo ha llegado el momento de invertir en el cuidado de nosotros mismos. Consúltanos al respecto sin ningún compromiso.
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