Todos sabemos que cuando uno de los miembros de nuestra familia es una persona dependiente, bien por una cuestión de edad o por alguna discapacidad, las tareas se multiplican. Dicha persona requiere una atención y unos cuidados especiales que a veces son difíciles de conjugar con el ajetreo de la vida cotidiana (o para los que, sencillamente, no estamos preparados).
Por otra parte, como partidarios convencidos del modelo de atención centrado en la persona, damos gran importancia a los factores de autonomía e independencia de la persona cuidada, así como al máximo respeto a sus necesidades y preferencias. En muchas circunstancias, un acompañante profesional sin titulación de enfermería es de enorme ayuda para seguir esa línea de atención.
Cuidado sin enfermería, un gran paso adelante
Las circunstancias de cada persona son distintas. En un gran número de casos, una buena calidad de vida (para la persona, pero también para su entorno familiar) no exige una atención sanitaria constante, sino un acompañamiento profesional especializado que tenga en cuenta las características de dicha persona y su entorno.
Entre esas características estarían tanto las condiciones materiales (como las posibilidades de conciliación familiar de los allegados o los rasgos arquitectónicos de la vivienda, por ejemplo) como las condiciones de salud (el nivel de actividad física o las opciones de socialización, por citar dos). El acompañante puede ayudar mucho a la persona cuidada con su experiencia, pero también con su simple presencia, aunque no requiera cuidados médicos.
Y si la intervención del cuidador es muy satisfactoria para la persona cuidada, para su familia aporta en muchas ocasiones el equilibrio complementario que puede aliviar algunas cargas. Así, es más fácil que los miembros de la familia se dediquen más y mejor a compartir tiempo con la persona cuidada y a disfrutar de su compañía.
Las competencias y tareas de cuidado esenciales
Evidentemente, las tareas centrales que desempeña un cuidador de personas mayores o dependientes van orientadas al bienestar físico, psíquico y emocional de la persona cuidada. En ese sentido, es importante que, aun sin cualificación en enfermería, cuente con conocimientos técnicos y experiencia para asumir tareas como:
- Cuidados personales (higiene, vestimenta, alimentación, etc.).
- Movilizaciones (en la cama, en la ducha, para caminar…).
- Gestión de medicación (cantidades, horarios y administración).
- Actividades físicas cotidianas, desde actividades manuales a la práctica deportiva.
- Estimulación de funciones cognitivas con actividades, lectura, juegos y otros.
- Compañía en el hogar (de día o de noche), pero también en centros de día o residencias.
- Acompañamiento en paseos, recados, visitas al médico y similares.
Cabe insistir en que todas estas facetas del cuidado, incluso si algunas de las cuales puedan parecer “poca cosa” (como ir a visitar a un pariente o un sencillo paseo por el parque), tienen un impacto muy positivo en el bienestar y la calidad de vida de la persona cuidada, que se siente no solo más segura, sino también más empoderada.
Otras funciones de apoyo a la familia
Pero las ventajas de contar con un cuidador a domicilio se extienden más allá de la persona cuidada y afectan de forma muy directa al bienestar familiar, como decíamos antes, porque el cuidador puede asumir otras labores domésticas “secundarias” (¡pero que alguien tiene que hacer!) principalmente en casa, pero también fuera. Algunos ejemplos:
- Colaboración en la limpieza del hogar.
- Elaboración de menús y preparación de comida.
- Organización de la agenda de la persona cuidada.
- Realización de recados y compras.
En general el cuidador asume estas tareas de forma secundaria y de acuerdo con su preparación, si no hay otro personal doméstico específico o para aliviar la carga familiar en momentos puntuales. De todas maneras, todos estos detalles se contemplan en nuestro proceso de selección para encontrar la persona idónea para cada familia y definir los detalles contractuales con nuestro asesoramiento experto.
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