Es una de las principales alternativas que nos planteamos cuando nos vemos en la necesidad de separarnos de nuestro cachorro, normalmente por necesidades laborales: la guardería. Ha supuesto un paso adelante histórico para facilitar la vida a muchas personas, permitiendo cierta conciliación entre trabajo y familia. Y sin embargo, también tiene sus pegas…
Este post está inspirado (y siempre en clave de humor, que conste) en la frase antológica de Ana Brito: “la guardería es ese lugar donde tú pagas seiscientos euros para que tu hijo cante”.
Nos vas a decir que le tenemos manía a las guarderías… No exactamente, pero experiencias personales propias y cercanas nos hacen ver que, como solución para el cuidado de niños, no son precisamente una maravilla. Ahora lo razonamos.
La guardería, ¿un laboratorio epidemiológico?
Ya, ya sabemos que no, pero lo parece. Todos sabemos que para los niños pequeños el espacio personal es muy, muy pequeño… Poner a una o dos docenas de ellos a compartir toses, mocos, virus y lo que se tercie no puede dar nada bueno.
Es evidente que el personal de la guardería no pretende que aquello se convierta en un pozo de miasmas (pobres, bastante tienen con soportar tanto niño junto), sencillamente son cosas que pasan al reunir a tantos en un espacio reducido; si desarrollan el sistema inmunitario, no lo sabemos, pero desde luego a prueba lo ponen…
El problema es que así, la guardería no cumple con su función teórica, que debería de ser la de dejarte un poco de tiempo para trabajar y demás responsabilidades ineludibles de tu día a día; porque lo más normal, como todo el mundo sabe, es una ratio 1:3, o sea, un día de guardería, tres días en casa.
Socializa tú, si quieres…
Un poco más en serio (pero no mucho), hay un mito sobre las guarderías que vamos a desmontar (con ayuda): ese de “así el niño va socializando”. En realidad, en los niños menores de tres años predomina el juego en paralelo; unos junto a otros, pero sin interactuar. De modo que, si es por eso, no lo hagas…
No se trata de evitar que se relacione con otros niños, ni mucho menos; pero sí es interesante que esas relaciones se establezcan porque el niño quiere y no porque no le quede otro remedio. O si no, probad a encerraros las madres y los padres durante las mismas horas y luego nos contáis.
En realidad, todos sabemos que este argumento es un flaco consuelo (un poco a lo “mal de muchos”, etc.), con el que nos consolamos a la vista de los muchos conflictos que surgen entre los peques (y sus consecuencias). Por otro lado, una atención personalizada es mucho más beneficiosa para el bienestar de nuestro hijo. Además, que eso es la jungla…
Y encima, ¡hay que desplazarse!
Pero si todo esto, o sea, las enfermedades constantes, los conflictos entre los niños y demás, ocurriera en casa, pues qué le vamos a hacer; ¡pero es que encima tenemos que ir a buscarlo! Con los trastornos y la pérdida de tiempo que ello supone en la mayoría de los casos.
En la era del teletrabajo, esto de levantar a la criatura a horas intempestivas, meterle la correspondiente media hora de coche, o más, con su correspondiente atasco, y al rato otra vez, debería empezar a parecernos ya un poco raro, por lo menos. Vamos, que si puede evitarse, mejor.
Y ya, cuando llega el momento de pagar (si has conseguido plaza en una guardería pública, ni tan mal; si no, prepárate que vienen curvas), la cosa empieza a dejar de tener gracia y a convertirse en una especie de broma pesada…
¿Te has planteado la opción de una cuidadora o cuidador a domicilio?
Si la idea de llevar a tu hijo a una guardería no termina de convencerte, considera la posibilidad de contratar un cuidador o cuidadora externo, por horas o a tiempo completo; cuéntanos lo que necesitas, y nosotros lo encontramos.
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